Señor Kafka, de Bohumil Hrabal (Nórdica) Traducción de Patricia Gonzalo de Jesús | por Juan Jiménez García

Bohumil Hrabal | Señor Kafka

Como si fuera parte de esa ironía praguense que tan tiernamente cultivaba, con los relatos de Señor Kafka empieza en cierta manera algo que acabará por ser la Primavera de Praga y termina algo que acabará por ser la Primavera de Praga. Y es que estos relatos son de 1965, el año en que sus relatos, otros, daban origen a un cine checo, el de Nova Vlna, con Perlitas en el fondo del mar, y en 1969 se prohibía, tras el paso de los tanques soviéticos, Alondras en la alambrada, la película de Jirí Menzel que se basaba en algunos relatos de este libro. Y así, Bohumil Hrabal, fue un día un escritor reconocido y otro día se sumergió en su noche de los tiempos particular. Del cine, sus relatos y novelas fueron a parar al cajón, mientras esperaba ya no otra Primavera, sino una Revolución. Nada de esto es ajeno a Señor Kafka. Al contrario. Desde el relato que da nombre al libro hasta La bella Poldi, que lo cierra, lo que los atraviesa y nos atraviesa es el aire de los tiempos que le tocó vivir y la promesa de nuevas melancolías. La vida consiste en ser fiel a la belleza más deslumbrante, a veces incluso a costa de la propia vida, escribe. Y más adelante: Siempre que tocan fondo, los seres humanos se llenan los ojos de cosas bellas. El mundo rebosa arte: basta con saber mirar alrededor y abrirse a ese susurro inagotable, a lo insignificante, al deseo y al anhelo. Ahí está todo lo que se debería escribir sobre estas narraciones, y también están ahí sus obras completas e incluso el sentido de su vida. Pero aun así… 

En Señor Kafka, relato, su protagonista deambula por la ciudad, y todo en esa ciudad le cuenta cosas, desde las personas hasta las grietas, como le pasaba a su amigo, el bárbaro tierno, el pintor Vladimír Boudník. Hrabal está atento a la belleza del mundo y la belleza del mundo está en todas partes. Solo hay que saber mirar o escuchar, porque también está en las palabras, en los desbordantes ríos de palabras, de aquellos con los que se cruza, en su habitación que puede ser recorrida en bicicleta, en las calles de Praga, mágica o no, o en las cervecerías, lugar de refugio de la intelectualidad que nunca leyó un libro, pero conoce el contenido y la sustancia de todos. Apasionado de la técnica del collage, el escritor checo junta fragmentos y les da un sentido, un ritmo, un latido. Dados los tiempos, que habían pasado de negros a turbios y de turbios a esperanzadores, una voz. Fragmentos de conversaciones atrapadas al azar, escenas de la vida común que se convierten en extraordinarias al ser reveladas, en sus ojos brilla ese curso del tiempo. Hasta en la desgracia hay esa necesidad desesperada de encontrar esa belleza que la da un sentido a nuestra existencia. Esas presas, necesitadas del calor humano de esos hombres condenados a oficios imposibles. Ese momento en el que se quitan sus guantes para sentir el contacto con otras manos, es toda una declaración de amor. Allí, entre chatarra y papeles viejos, entre las viejas cartas de amor de una vieja que necesita alguna corona, laten corazones cansados, agotados, pero persistentes en su búsqueda de esa felicidad que se les niega. 

Hasta en La bella Poldi, esa fábrica mutiladora de hombres, encontramos esos obuses boches que atravesaban las noches de Guillaume Apollinaire. Hasta nuestros fracasos son perfectos, como los de ese acomodador, también responsable de la seguridad, que persiguiendo minucias acaba por el encontrar el caos, y es que solo en el orden puede ser encontrado este, y los contrarios se atraen con tanta fuerza que acaban por abrazarse, como las corrientes históricas. Anuncio una casa donde ya no quiero vivir, dice el poema de Viola Fischerová que abre el libro, y también Bohumil Hrabal anuncia un país en el que ya no quiere estar, aquellos días y años que recorren relatos como Gente rara, El ángel o El lingote y los lingotes, en los que los apartados, los rechazados de aquella nueva sociedad, purgan sus penas y buscan un lugar o, simplemente, un acomodo en lo terrible de los días. Señor Kafka podría ser un tratado sobre la melancolía, a la manera del húngaro Béla Hamvas, que dedicaba ensayos a coger cerezas o al canto de los pájaros. Sí, la belleza está en todas las partes, hasta en las derrotas y en los fracasos. Tal vez ahí más que en ningún sitio. Bohumil Hrabal entendió que para comprender a los demás hay que escucharlos, verlos en sus acciones e intuirlos en sus esperanzas. Y, como era escritor, escribía sobre ellos.


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